LA PUCP, LA MEMORIA Y LA TOLERANCIA

En 6 dias, luego de dar mi último examen de la carrera, pasaré a ser un egresado de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Sin duda, el tiempo que he permanecido en la PUCP me ha dado la oportunidad de adquirir las herramientas que me permitirán ser un profesional competente y, por supuesto, la oportunidad de crecer como persona.

Pero la PUCP tiene un carisma especial. Muchos quienes hemos pasado por sus aulas hemos desarrollado cuatro cualidades importantes: la excelencia académica, el respeto por los derechos de los demás, la tolerancia entendida como la visión del otro como alguien igual a nosotros y el espíritu crítico. Alguien muy importante para mi me dijo hace algunos días algo más o menos así: espero que ahora que te vas con el título bajo el brazo y saldrás de las aulas, seas aún más PUCP de lo que eres siendo alumno. Ser PUCP para mí es lo que he descrito antes y quiero ponerlo en práctica en relación con un tema que ha cobrado polémica en la comunidad universitaria y que, creo yo, puede ser importante para reflexionar sobre varios temas que considero importantes.

Hace 4 años, a raíz de la presentación del Informe Final de la Comisión de la Verdad, la Federación de Estudiantes (FEPUC) instaló, en un espacio ubicado frente a los pabellones de Física y Estudios Generales Ciencias, una placa en la que se recordaban a varias personas que habían sido víctimas de la violencia en distintas épocas. Así, este espacio fue llamado Plaza de la Memoria.Sin embargo, el lugar no llamaba la atención de quienes pasaban por allí, sea porque nos habíamos acostumbrado demasiado al lugar, la placa estaba mal ubicada o iluminada o por la indiferencia que existe en muchos frente al tema de la violencia.

Este año se decidió remodelar el lugar, con motivo de los 90 años de la Universidad. Hace poco más de un mes, el 18 de octubre, se entregó la remozada Plaza de la Memoria, con la placa reubicada y mejor iluminada. Pero también con un elemento nuevo: una cafetería bastante moderna, auspiciada por una conocida marca de café. Vean las fotos a continuación que ilustran como ha quedado el lugar:



El tema ha desatado opiniones encontradas. Por un lado, un grupo de profesores y alumnos de la Universidad, encabezados por el Rector Emérito y ex presidente de la CVR Salomón Lerner Febres, ha suscrito un comunicado en el que pide sacar la cafetería instalada por considerar, en términos generales, que termina banalizando el espacio creado alrededor de la memoria de estas personas. Del otro, varios alumnos que consideran que la cafetería y el memorial no son incongruentes entre sí y pueden ocupar el mismo espacio.

Para poderme contestar la pregunta sobre este debate, voy a hacer con ustedes un ejercicio, que tiene que ver con la significación de los lugares de memoria.

Los memoriales están destinados a que las personas recordemos un hecho en particular de la historia colectiva de una colectividad. Un espacio de memoria lo puede ser un cementerio, la Plaza San Martín, el Ojo que Llora o un parque. Cada uno de estos lugares puede tener un significado distinto, correspondiente con el objetivo que queremos darle: podemos encontrarnos ante un espacio público de duelo, de punto de reflexión o de celebración.

Por ello, la pregunta previa que debemos hacernos para dilucidar este tema en la PUCP tiene que ver con el significado que queremos darle a este lugar llamado Plaza de la Memoria. ¿Quéremos que sea un espacio de duelo, un punto de reflexión o un lugar de recordación en el que la memoria no sea incompatible con la vida cotidiana? Creo que esa pregunta no se la ha hecho la comunidad universitaria y, por ello, aparecen posiciones tan enfrentadas como estas.

Ciertamente, coincido con los firmantes del comunicado en que existe un peligro de banalización del tema de la memoria. Sin duda, en un país que no ha terminado de asimilar las lecciones del conflicto armado interno y en el que la satanización del Informe Final de la CVR se ha convertido casi en un deporte para un sector de la opinión pública, siempre es necesario tener presentes los hechos que nos ocurrieron y no tomarlos a la ligera.

Pero, ¿se logrará eso eliminando un espacio como el de Cafetal? Creo que no. Esa es una solución, a mi modo de ver, un tanto maximalista. El énfasis particular que debieramos tener quienes creemos en los derechos humanos es, por un lado, seguir persistentes en nuestras convicciones e ideas, las cuales son base para la convivencia elemental entre seres humanos. Y, de otro lado, encontrar formas en como el tema de la defensa de la dignidad humana lo colocamos de formas más cotidianas, no necesariamente solemnes, en la que el recuerdo de aquellos sucesos que no podemos olvidar no sea óbice para que podamos seguir teniendo esperanza en el futuro y dejemos la cotidianidad de lado.

En esa medida, la resignificación del espacio llamado Plaza de la Memoria pasa, a mi modo de ver, por una mejor ubicación de la placa conmemorativa, y por la integración de la cafetería al significado que se le quiera dar al monumento. Ello, por supuesto, tiene que tener en cuenta un elemento importante: la memoria siempre es reelaborada por los seres humanos, por lo que este tipo de lugares adquieren nuevamente significado constantemente. Veamos sino lo que pasó con El Ojo que Llora: la pintura naranja convirtió al símbolo de lo que nos pasó como país en un testimonio de lo que puede causar la intolerancia.

Y creo que ese peligro puede darse alrededor del tema. Hablar de inexperiencia como argumento para descartar cualquier observación al comunicado es tan contraproducente como calificar de caviares a todo aquel que se interese en el tema de los derechos humanos. Creo en los derechos humanos, pero me permito discrepar aquí con personas a las que respeto y aprecio, pues considero que la argumentación que he dado es, humildemente, congruente con los principios que mi segunda casa me enseñó desde hace años.

Un comentario final: ya que estamos evaluando el tema de la Plaza de la Memoria, quizás sea oportunidad para reevaluar la pertinencia de haber colocado en la placa el nombre de Javier Heraud. Con todo lo que significa su poesía para la literatura, ¿Qué hace una persona que tomó un fusil como Heraud, que murió en nombre de la violencia que tomó como camino, junto a personas con las que, pensemos o no como ellas, fueron víctimas de violaciones de los derechos humanos? Osea, así como con el Che Guevara no me trago el cuento de la heroicidad y el heroismo, tampoco lo hago con Heraud.

Ahora si termino. ¿Esta discrepancia que es lo que expresa? Que estamos vivos como universidad y que podemos tener la capacidad suficiente para discutir abiertamente sobre temas que a todos nos pueden concernir. La universidad viene de universalidad, lo que implica heterogeneidad y disenso, dentro del respeto a cada persona. Esa es la gran lección que me dio la Católica estos años. Solo espero que no se pierda, tanto por las amenazas externas que todos conocemos, o porque sus propios miembros puedan perder de vista que, en democracia, todos los puntos de vista son debatibles. Sigamos siendo esa luz que brilla en las tinieblas.