Porque el fujimorismo no ha dado ni una mínima muestra de aggiornamiento. No solo vemos los mismos rostros, sino también las mismas justificaciones a los serios errores y delitos cometidos durante el gobierno de Alberto Fujimori. Por tanto, darle mi voto implicaría, sin duda, un premio injustificado a quienes, lejos de experiencias como la española o la chilena, no han dado muestra alguna de alejarse de una figura no solo controvertida, sino también delictiva.
Porque hay cuestiones de principio que son más valiosas que el supuesto mantenimiento del modelo económico. El fujimorismo es una organización política que, hasta el momento, no ha hecho una sincera reflexión sobre los crímenes cometidos durante los años noventa (tanto los vinculados a violaciones de derechos humanos, como a corrupción), ni sobre el golpe de Estado de 1992 – que siguen revindicando -, ni sobre su rol en el envilecimiento de la sociedad, ni sobre la degradación de las instituciones en el país. Esos elementos son los que, lejos de cifras macroeconómicas que son importantes para mantener un equilibrio económico saludable, hacen realmente, a un país, ser considerado como desarrollado (y no solo tener más celulares, conciertos o centros comerciales).
Porque la asociación del fujimorismo con la economía de mercado es nefasta para esta última. La experiencia fujimorista de mezclar autoritarismo con libre mercado es funesta para quienes defienden la libertad económica, dado que ésta debe ir siempre acompañada de libertad política. Dicho decenio, además, demostró que, a la larga, el debilitamiento institucional y la falta de controles, afectan a la economía, como lo demuestra no solo el volumen de robos al erario nacional, sino también el pobre manejo económico del fujimorismo a partir de 1996.
Porque repetir un gobierno parecido al segundo quinquenio aprista sería peligroso para los peruanos. La experiencia de un quinquenio con amenazas a la prensa, poco respeto a quienes no piensan como ellos, conflictos sociales mal manejados y corrupción, así como el pasado sin deslindes claros del fujimorismo, hace temer que los siguientes cinco años tendrán la tónica de un perro del hortelano reloaded y un mercado emergente de poca monta. Y quizás nos dejen como legado a alguien aún más radical que Ollanta Humala ganando en primera vuelta.
Porque el plan de gobierno de Keiko Fujimori tiene serias omisiones y errores. Ayer expliqué cómo temas vinculados a derechos humanos, sistema político, comercio exterior y defensa nacional eran omitidos por el folleto presentado por Fuerza 2011, así como los serios horrores que tiene el plan en materia laboral, seguridad ciudadana, tributación y justicia. Y eso que no tocamos las pobres políticas que presenta la señora Fujimori en materia de lucha contra la corrupción.
Porque los posibles reemplazos – léase, vicepresidentes – de la señora Fujimori no nos garantizan un buen gobierno. Rafael Rey arrastra demasiados pasivos en su haber: ministro dos veces en este gobierno, apareció con un “Pisco 7.9” para regalar a quienes brindaron grandes aportes para los damnificados del terremoto, tuvo (y tiene) posiciones bastante conservadoras en materia de planificación familiar, y, por supuesto, ha sido el mayor propulsor de iniciativas a favor de la impunidad de graves violaciones de derechos humanos. Situación esta última que le causó su despido. A ello sumemos todas sus últimas infelices declaraciones. El otro compañero de fórmula, Jaime Yoshiyama, rápidamente se ha vendido como un técnico defenestrado por su oposición a Vladimiro Montesinos. Claro, lo dice luego que convivió con él durante 6 años e incluso lo apoyó en su campaña municipal (ver el libro de Sally Bowen “El Expediente Fujimori”).
Porque tengo legítimas dudas de quien es el verdadero candidato: Keiko o Alberto. Basta ver fotos tomadas en todo el país para que sospechemos que quien nos gobernará no será la señora Fujimori de Villanela, sino el delincuente sentenciado por homicidio calificado, peculado, secuestro agravado y lesiones graves.
Gane quien gane, los cinco años que vienen serán bastante complicados para todos los peruanos. Pero, tal como lo mencioné en mi columna del jueves en Diario 16, tengo la certeza de que muchos quienes votarán por Keiko Fujimori no se encontrarán entre los primeros que salgan a la calle a protestar si ejecuta el estilo autoritario que muchos tememos a partir de las declaraciones de sus voceros. De mi parte, seré oposición de quien gane estas elecciones, respetando el resultado final, claro está.
No creo que mantener un status o la billetera llena sea más valioso que vidas destrozadas por un régimen delincuencial, o historias de abusos que siento no sólo cercanas, sino imborrables y abyectas. Y siento que buena parte de quienes votarán por la señora Fujimori, están cayendo en lo que señalaba Patricia del Río hace un par de semanas:
A Keiko se le está dando un papel en blanco, se le está dejando, peligrosamente, la cancha libre. Tan libre como se le dejó a su padre, que dirigió uno de los gobiernos más corruptos y abusivos de nuestra historia con el entusiasmo cómplice de muchos de los que hoy se están acomodando en la tribuna para deshacerse nuevamente en aplausos.
Y ese es un motivo más para no votar por el fujimorismo.